Nessun dorma (Puccini, 1924)
Turandot, la ópera inconclusa de Giacomo
Puccini, cierra con un aria que ha derivado clásico del bel canto, pero también
del rock: “Nessun dorma” es, amén de un desafío vocal para cualquier tenor, una
provocación interpretativa capaz de seducir a monstruos como el guitarrista
Jeff Beck.
Las versiones que de esta pieza hicieron Beck,
el trompetista Chris Botti, la diva negra Aretha Franklin o la banda de heavy
metal Manowar confirman lo que hace poco aseguraba el músico cubano Leo
Brouwer: “entre la música clásica y el rock hay más cosas en común que
diferencias”.
Quizás por eso la cantaron también Klaus Meine e
Ian Gillan, vocalistas de los grupos Scorpions y Deep Purple, respectivamente. Estrellas
del pop de varias épocas, como la italiana Mina y la española Mónica Naranjo, también
versionaron este temazo con el que nadie podría dormirse, aunque quisiera.
La trama ocurre en la antigua China, donde la princesa
Turandot decapita a sus pretendientes si no adivinan tres acertijos. Calaf, un
misterioso príncipe, responde los enigmas y la desafía a descubrir su nombre. Turandot
ordena que nadie duerma en Beijing hasta averiguar la identidad del atrevido.
Según el aria de marras, Calaf solo revelará su
nombre al amanecer, en la boca de la princesa, por eso al cerrar “Nessun dorma”
pide que se disipe la noche y se oculten las estrellas, seguro de que al alba
vencerá.
La muerte impidió a Puccini (1858-1924) concluir
la obra, estrenada por Arturo Toscanini en La Scala de Milán, en noviembre de 1926, por la
soprano Rosa Raisa y el tenor Miguel Fleta. Concebida para un tenor más
dramático que lírico, la versión del sueco Jussi Bjorling cambió esa
concepción, aunque se dice que Franco Corelli fue considerado el Calaf más
completo.
Sin embargo, desde que Luciano Pavarotti grabó
en 1973 la versión completa de la ópera junto a Joan Sutherland y Montserrat
Caballé, no hubo más Calaf que el obeso y carismático barbudo italiano de
tantos amigos.
“Nessun dorma” era el caballo de batalla de
Pavarotti, tema inevitable en sus recitales y su aria por excelencia. De hecho,
la cantó en su actuación final, en la inauguración de los Juegos Olímpicos de
Invierno de Turín-2006, cuando se llevó, por mucho, la mayor ovación de la
noche.
Otra interpretación memorable la hizo junto a
los españoles José Carreras y Plácido Domingo para cerrar el concierto de Los
Tres Tenores, uniendo sus portentosas voces en un climático “All'alba vincerò! vincerò!
vincerò!” final que disparó el aria a niveles de popularidad dignos del pop más
comercial.
Con el Mundial de Fútbol Italia-1990 alcanzó el
segundo puesto en la lista de singles del Reino Unido, y es la canción en
italiano más conocida en el mundo angloparlante. El cine también aprovechó su
magnificencia, en cintas como Las Brujas de Eastwick, Mar adentro o Historias de New York.
Es una melodía subyugante, estremecedora y
épica. Quitando a Pavarotti, por ser quién fue, me quedo con la versión
instrumental que tocó Jeff Beck en vivo durante el festival Crossroads-2010:
aquello fue un alarde magistral de virtuosismo, un monumental tributo a Puccini
y otra prueba fehaciente de que no hay nada tan culto como lo popular.
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