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Mostrando entradas de 2013

Thriller (Michael Jackson, 1984)

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Con el perdón de Quincy Jones, pero si “Thriller” alcanzó la categoría de álbum de culto, no fue solo por su prodigiosa producción musical: quizás el extra que lo consagró fue una mini-película protagonizada por unos zombis bailando la coreografía más famosa de todos los tiempos. Y detrás de todo -y delante, encima y debajo- la genialidad a raudales de Michael Jackson. Aquel niño prodigio que lloraba a María con los Jackson Five ya había crecido, y se perfilaba como lo que acabó siendo, el Rey del Pop, con temas como “Can you feel it?” o “Don’t stop ‘til get enough”. Su apoteosis llegó con el disco Thriller, que se vendía como pan caliente, gracias a los videos de “Billie Jean” y un “Beat it” sazonado con la guitarra de Van Halen. Otro pudo conformarse, pero Michael quería superarse, y la escalofriante composición de Rod Temperton era perfecta para hacerlo. Aquel tema fue gestado con el nefasto título de “Starlight”, por suerte desechado por el visionario Jones al grabarlo. Te

Hey Jude (Beatles, 1968)

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Mucho demoraron los Beatles en aparecer en esta sección, porque no lograba decidir cuál de sus clásicos sería el primero en contar aquí. Al final comprendí que son tantos los hitos musicales del cuarteto de Liverpool, que cualquier tema serviría, aunque siempre habrá quien prefiera otro. Y da la casualidad de que el 26 de agosto pasado se cumplieron 45 años del lanzamiento como single de un himno de la “beatlemanía”, quizás su tema más coreado y popular, versionado como pocos y con un trasfondo muy íntimo, polisémico y confortante: Hey Jude. Con una duración de 7:11 minutos, aquel sencillo rompió con lo que se entendía como tal en el mercado discográfico, pero le allanó el camino a otros kilométricos éxitos, como el “Layla” de Eric Clapton, o el “American Pie” de Don McLean. Tan solo el "na, na, na, na" final se lleva cuatro minutos hasta irse en fade, pero en esta canción cada segundo está justificado. El coro es repetido 19 veces, y lo que comienza con un solitar

Te recuerdo, Amanda (Victor Jara, 1968)

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Una huelga de correos acentuó la desesperación de Victor Jara, a quien Londres le parecía más brumoso que nunca, porque su hija Amanda estaba enferma en Chile y él no tenía manera de saber de ella. Angustiado porque se agrandaba el océano que lo separaba de los suyos, el legendario juglar chileno escribió quizás su mayor clásico, a medio camino entre la canción de amor y el manifiesto social: “Te recuerdo, Amanda”. Ahí narra del amor de Amanda y Manuel, una pareja de obreros que apenas tiene cinco minutos para verse, absorbidos por la vorágine laboral y un sistema explotador que acabó costándole la vida al novio. El propio Jara contó que la idea le rondaba hacía un tiempo, tras conocer a una joven pareja de proletarios.  En su libro “Como una Historia”, José Manuel García abunda sobre el contexto en que nació el tema. Jara lo escribió en 1968, estando en Londres invitado por el British Council por sus logros como director teatral. Estando en Stratford-upon-Avon, en la celebrac

Oh, qué será (Chico Buarque, 1976)

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Casi 10 años demoró Doña Flor en llegar con sus dos maridos a los cines cubanos, pero valió la pena, no solo por la espectacular desnudez de Sonia Braga, sino por las tres versiones de una canción imprescindible de la música brasileña y universal: “Oh, que será”, de Chico Buarque. Quizás “La Construcción” sea su canción más genial, suerte de bossa sinfónico con guiños a Gershwin, pero el tema del filme “Doña Flor y sus dos Maridos” (Bruno Barreto, 1976) es el más conocido y versionado de este trovador nacido en 1944, uno de los artistas más influyentes de una tierra pródiga en futbolistas y músicos. Para el filme, basado en una novela de Jorge Amado, Chico compuso tres variantes de este clásico: “Abertura”, “À Flor da Terra” y “À Flor da Pele”, esta última cantada junto a Milton Nascimiento para abrir el disco “Meus caros amigos”, también de 1976. Las voces en las demás versiones son de Simone y Nara Leão. La canción habla de muchas cosas y de ninguna en específico. Es uno de

Hotel California (The Eagles, 1976)

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Quizás sus analistas más delirantes tengan razón y “Hotel California” sea realmente un himno satánico: como si hubiera pactado con Lucifer, el tema insignia de la banda estadounidense The Eagles no envejece y tiene la rara virtud de gustarle lo mismo al “friki” radical que al “fresa” cursilón. Se trata, sin dudas, de una de las canciones más polisémicas en la historia de la música popular. En materia de lecturas, está al nivel de cualquier texto sagrado, y sin dudas lo es, sobre todo para quienes asumen el rock como una religión, un estilo, una actitud ante la vida… De las más literales hasta las más alucinantes, crípticas y estrafalarias, las interpretaciones hechas al texto escrito por Don Henley a partir de los acordes de Don Felder y Glenn Frey bastarían para llenar un profuso libraco capaz de demostrar cuán enrevesada puede llegar a ser la mente humana. Desde su salida al mercado el 8 de diciembre de 1976, este improbable “single” desató un vendaval de especulaciones sobr

I Will Survive (Gloria Gaynor, 1978)

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En plena furia de la música disco, cuando reinaban los Jackson Five, las   Supremas y algunos blancos que cantaban como negros, la discográfica Motown Records decidió despedir al letrista Dino Fekaris. El hombre se sintió traicionado, y con razón. Lo echaron tras casi siete años escribiendo para la Motown hits como el festivo “I Just Want to Celebrate” de Rare Earth y otros. De repente era un escritor sin empleo, despechado y al borde de la depresión. Hasta que una noche encendió el televisor justo cuando pasaban una canción suya, y acabó brincando en su cama y proclamando: “Lo lograré, escribiré canciones. ¡Sobreviviré!”.    Así nació “I Will Survive”, intensa oda emancipadora, eufórico “yo voy a mi” escrito por Fekaris junto a Freddie Perren, una canción que se impuso ella misma a la terquedad de quienes insistieron en relegarla al Lado B del single “Substitute”, grabado por Gloria Gaynor. Aquel tema le cambió la vida a Gaynor, cuya empresa se dirigió a Perren y Fekaris busc

Nessun dorma (Puccini, 1924)

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Turandot, la ópera inconclusa de Giacomo Puccini, cierra con un aria que ha derivado clásico del bel canto, pero también del rock: “Nessun dorma” es, amén de un desafío vocal para cualquier tenor, una provocación interpretativa capaz de seducir a monstruos como el guitarrista Jeff Beck. Las versiones que de esta pieza hicieron Beck, el trompetista Chris Botti, la diva negra Aretha Franklin o la banda de heavy metal Manowar confirman lo que hace poco aseguraba el músico cubano Leo Brouwer: “entre la música clásica y el rock hay más cosas en común que diferencias”. Quizás por eso la cantaron también Klaus Meine e Ian Gillan, vocalistas de los grupos Scorpions y Deep Purple, respectivamente. Estrellas del pop de varias épocas, como la italiana Mina y la española Mónica Naranjo, también versionaron este temazo con el que nadie podría dormirse, aunque quisiera. La trama ocurre en la antigua China, donde la princesa Turandot decapita a sus pretendientes si no adivinan tres acertij

Rikki, don’t lose that number (Steely Dan, 1974)

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“¡Escribe algo de Steely Dan!”, me incordia gentilmente Sir Thomas, redentor del chaleco, jazzista de barrio rumbero que casi infarta cada vez que le confieso mis ganas de escribir primero sobre Dire Straits... La sola posibilidad de que priorice a Mark Knopfler lo horroriza, y me enumera las mil y una razones que debería tener para dedicarle un clásico a Steely Dan, la banda estadounidense de jazz-rock que la revista Rolling Stones definió como “los perfectos anti-héroes musicales de los años 70”. Por entonces cada loco tenía su tema, y el de Steely Dan eran las letras inescrutables y una búsqueda cuasi maniática de la perfección en sus grabaciones. El colmo fue el disco Gaucho, un álbum de siete canciones para el que contrataron 42 músicos de estudio y 11 ingenieros de sonido. Walter Becker y Donald Fagen formaron la banda mientras estudiaban en la neoyorquina Universidad Bard. Tomaron el nombre de un personaje de la novela El almuerzo desnudo, de William Burroughs, un autor

“Walk on the Wild Side” (Lou Reed, 1972)

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Una invitación a alocarse, despojados de todo prejuicio, es la esencia del más famoso clásico de Lou Reed, cuya muerte la pasada semana enlutó al mundo del pop-rock: “Walk on the Wild Side”, caminar por el lado salvaje de la vida, fue a la vez himno contracultural y declaración de principios. La caminata de Reed culminó el pasado 27 de octubre, sin esperanzas de recobrar una salud minada por demasiados excesos juveniles. Con el hígado transplantado y aparentando más años de los que realmente tenía, el autor de otros temas como “Heroin” y “Sweet Jane” dijo adiós a este mundo. Tipo temperamental, a veces hosco, al menos Reed fue consecuente y se fue discretamente, sin aspavientos. Sus comienzos no fueron precisamente así: cuando todos sucumbían al blues, él se inspiró en los marginales de las grandes ciudades, y así acabó en La Factoría de Andy Warhol. De hecho, le Mecenas del Arte Pop le produjo su primer disco con una agrupación efímera pero de culto, The Velvet Underground.

Crazy (Patsy Cline, 1961)

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Aunque dicen que la aborrecía con todas sus entrañas, “Crazy” es Patsy Cline, o al menos eso nos vende Jessica Lange en la película Sweet Dreams, el aclamado “biopic” de 1985 sobre la efímera estrella del country, erigida en leyenda por su trágica muerte con apenas 30 años, en 1963. Según el filme, las palabras finales de la Cline cuando la avioneta en que viajaba junto a su manager y dos músicos se estrelló en Camden, Tennessee, fueron un lánguido “Charlie…”, postrer evocación de su adorado tormento, un tipo al parecer medio energúmeno, violento, posesivo y machista. Sin embargo, se dice que fue el propio Charlie Dick quien le insistió en que grabara aquel lánguido tema compuesto por Willie Nelson, por entonces un perfecto desconocido que buscaba quién hiciera famosas sus canciones. De hecho, Nelson primero intentó venderle “Crazy” –cuyo primer título fue “Stupid”- al productor Larry Butler por apenas 10 dólares, pero fue rechazado. Pero al equipo de la cantante le interesó

Oye Como Va (Santana, 1970)

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Para los cubanos, la música del guitarrista chicano Carlos Santana es más cercana de lo que sospechen: desde hace décadas, su Incident at Neshabur es el tema de presentación y despedida del Noticiero Nacional Deportivo, y el álbum Supernatural musicaliza casi todo el telediario dominical. Sin embargo, quizás la primera canción de Santana que fue popular en Cuba fue el pegajoso Oye cómo va, la versión latin-rock de un mambo largamente acreditado al pailero boricua Tito Puente, inspirado a su vez en el Chanchullo del bajista cubano Israel “Cachao” López. “ Oye cómo va, mi ritmo… Bueno pá gozar, mulata… ”, reza el estribillo que desconcertó a un público anglosajón incapaz de entender o traducir toda la sabrosura de aquel alarde. Hubo hasta quien le hizo lecturas racistas, pero por suerte, más elocuente que el texto son las notas que puntea Santana. Incluida en el disco Abraxas (1970, el mismo que contenía la monumental Black Magic Woman), Oye cómo va catapultó al guitarrista dire

Tie a yellow ribbon (Tony Orlando y Dawn, 1973)

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Me cuadró un mundo la nueva iniciativa para sensibilizar a los yumas con el caso de los Cinco: tiene que faltar bomba entre pecho y espalda para no ponerse sentimental con la onda del lazo amarillo, y más con ese pedazo de versión que le hicieron en Cuba a una canción que ha demostrado su eficacia para lograr lo imposible, como resucitar la marchita carrera de Tony Orlando: “Tie a yellow ribbon round the ole oak tree” De hecho, Tony Orlando llevaba ya cuatro años retirado de la música, pues no soportaba un fracaso más, cuando en 1973 cayó en sus manos aquel tema escrito por Irwin Levine y L. Russell Brown, que de sopetón hizo mundialmente al grupo donde cantaba junto a Telma Hopkins y Joyce Vincent Wilson, Dawn. El tema en cuestión narra el regreso a casa de un preso que no sabe si aún su novia lo ama, luego de tres años encarcelado. Para evitarse el fiasco, le escribe pidiéndole que ate un lazo amarillo en el viejo roble, para saber si aún ello lo quiere. Temeroso ante la p

Wild Safari (Barrabás, 1971)

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Cuando los cubanos queremos cantar una canción que no nos sabemos, en lugar de aprendernos la letra la inventamos. Nuestros aportes al idioma inglés matarían de nuevo a Shakespeare, pero nos salva el sentido del ritmo: si no fuera por eso, nadie sospecharía que el “wachubariii” que a veces vocifero es en realidad el icónico “Wild Safari” de la banda española Barrabás. Aquella agrupación hizo historia con una propuesta musical que combinaba el rock con ritmos étnicos y un intenso “funk” que nadie creería hecho en España. Con el sugerente título de Música Caliente, Barrabás invadió y subyugó Norteamérica y Europa continental. Mucho del mérito se debe a Fernando Arbex (1941-2003), quien armó Barrabás tras su paso por Los Brincos, responsables de ese himno de la década prodigiosa que fue “Tú me dijiste adiós”. Traía ideas frescas para romper con los esquemas del mercado musical español, y su carta de presentación fue insuperable… “Wild safari” o “Safari salvaje” genera una atmósfe

Rivers of Babylon (Boney M, 1978)

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Ni el tiempo ni las cíclicas furias musicales atenúan esa curiosa sensación de sonriente melancolía y ganas infantiles de brincar que transmite el clásico “Rivers of Babylon”. Este tema no parece ponerse viejo, y obra el milagro de resucitar incluso una fiesta muerta: ventajas de cantar la palabra de Dios… Y no es que divinidad alguna lo haya compuesto, es que Brent Dowe y Trevor McNaughton musicalizaron en 1970 los salmos bíblicos 137:1-4 y 19:14, para armar uno de los grandes éxitos musicales de la banda jamaicana de reggae The Melodians. El tema fue pronto un himno rastafari. Ocurre que esos pasajes aluden al lamento de los judíos exiliados tras la conquista de Jerusalén por el imperio babilónico en 586 ANE. Y los “rasta”,   que se autodefinen como descendientes de una de las 12 tribus de Judea, califican como babilónico todo sistema represivo, o la policía misma. Los ríos de Babilonia en cuestión son el Tigris y el Eufrates, a cuyas orilla se sentaban los judíos a ll

Sympathy for the Devil (Rolling Stones, 1968)

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“ Por favor, permítanme presentarme, soy un hombre de riqueza y gusto. He merodeado por muchos, muchos años, robándole a los hombres su alma y su fe… ” Así rompe, entre bongoes selváticos y el ulular de una oscura adoración, la canción “Sympathy for the Devil” o “Compasión por el Diablo”, uno de los muchos clásicos legados por la mítica banda británica The Rolling Stones, aún activa y renovándose tras medio siglo de indiscutible reinando en el rock. En mi parcializada opinión, el cantante Mick Jagger personifica al Diablo más glamoroso y encantador jamás visto en la cultura popular. Más chic que Peter Stomere en “Constantine”, más insolente que Jack Nicholson en “Las Brujas de Eastwick”, más sórdido que el ronco Tom Waits en “El Imaginario del Doctor Parnasus”… Jagger es, simplemente, Su Satánica Majestad… “ Gusto en conocerle, espero que adivine mi nombre ”, desafía Jagger entre pistas y pistas de una identidad que solo revela casi al final de la canción, mostrándose como e

Light my Fire (The Doors, 1966)

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Si algún día la vida me lleva al parisino cementerio Père Lachaise, buscaré en su sexta división una tumba con el epitafio griego “ Kata ton daimona eaytoy” , o sea, “fiel a sus demonios”. Ahí, donde supuestamente yacen los restos de Jim Morrison, le rendiré tributo cantando el tema insignia de su banda, el kilométrico “Light my Fire”… Aunque pensándolo bien, ese acto de guataquería póstuma tal vez sea contraproducente, pues a Morrison no le gustaba demasiado esa canción y era reacio a interpretarla en vivo, quizás porque apenas tuvo que ver con su composición. Aunque el crédito es atribuido generalmente a su banda, The Doors, este clásico fue escrito por el guitarrista Robby Krieger y el solo inicial de órgano es obra de Ray Manzarek. Pero Jim lo cantó como nadie. Esta canción –producida por Paul Rothchild, grabada en septiembre de 1966 y lanzada como single un mes después- es todo un himno del rock psicodélico, tanto por su letra sobre una pareja queriendo volarse e incendiar

“Pata, Pata” (Miriam Makeba, 1957)

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Ahora que el mítico Nelson Mandela lucha nuevamente por su vida, nos viene a la mente una canción universalizada en su lengua natal, el idioma “xhosa”: se trata del “Pata, Pata”, que la diva surafricana Miriam Makeba compuso en 1957 y fue la última que cantó, instantes antes de morir de un paro cardiaco el 10 de noviembre de 2008. Aquel baile caló de inmediato pese a una letra incomprensible más allá del pegajoso “pata, pata”, que no alude a extremidades inferiores ni a palmípedos hembras, pues significa algo así como “toca, toca”. Makeba   demoró casi una década en grabarlo, y cuando lo hizo se asesoró con el célebre jazzista Hugh Masakela, quien lo sacó de las chabolas de Pretoria y lo convirtió en todo un himno de la llamada “World music”. El resultado fue un éxito folklórico que ascendió hasta el puesto 12 en la lista Billboard de Estados Unidos en 1967, en plena efervescencia del rock psicodélico y de una experimentación musical cuyo rebuscamiento contrastaba con la delici

Smoke in the Water (Deep Purple, 1972)

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La localidad suiza de Montreux acogió por estos días el mítico festival de jazz que reúne anualmente a la crema de ese género y otros afines, como el blues, el folk y algo del rock. Se sintió la ausencia de su fundador, Claude Nobs, muerto a inicios de año en un accidente. Sin embargo, “Funky Claude” no murió del todo, pues además de su legado, quedó inmortalizado en la letra de un clásico que tiene, quizás, el “riff” de guitarra eléctrica más conocido del mundo: Smoke in the Water… La poderosa canción que identifica a la banda británica Deep Purple nació precisamente en Montreux, y su historia se cuenta sola: estaban los músicos en un casino junto al lago Geneva, donde el gran Frank Zappa se presentaba con su banda Mother of Invention, cuando un fanático lanzó una bengala que incendió todo el lugar. Aquello desató el pánico, y aunque Zappa pedía calma, el caos reinó inevitablemente. El propio Nobs confirmó que la canción fue una descripción precisa de lo que pasó aquel 4 de dici

Take on me (A-ha, 1985)

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Si usted no es el próximo gran falsete del pop, cuídese en los karaokes de dos canciones que son particularmente exigentes en sus agudos, inalcanzables para los simples mortales: el “Eloise” de Tino Casals, y una pieza obligada en cualquier antología ochentera, el “Take on me”, del trío noruego A-ha… Mientras Tino se circunscribió a la Movida Madrileña, A-ha fue famoso mundialmente gracias a este clásico que triunfó a la tercera, pues sus dos lanzamientos previos como singles pasaron sin pena ni gloria. Su hora les llegó en 1985, con un parpadeante y revolucionario video-clip que marcó un hito en la historia de las promociones musicales. “Take on me” abrió el álbum “Hunting High And Low”, primero oficial de A-ha. Es lo que se conoce como “one-hit wonder”, canciones que siendo quizás su único éxito, bastaron para inmortalizar a un artista o agrupación. El tema parece un pretexto para enseñar hasta dónde podía llegar Morten Harket con su voz de Farinelli inmaculado. Una voz que,