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Mostrando entradas de mayo, 2018

¿Tiene clásicos el reguetón?

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Por favor, léase el artículo antes de excomulgarme, aunque sospecho que la mayoría de mis lectores habituales ya respondieron al título/pregunta con un categórico “¡NO!”. Y los comprendo, pero tampoco sería justo condenar al género solo porque abunden los arreglos cansinos y la bazofia lírica… Ningún género es bueno o malo  per se . Abundan los casos de bolerones insulsos, trovas infumables, sinfonías vacías, jazzeos pedantes, cancioncillas retontas y falsos profetas del pop. Sin embargo, nadie arremete contra esos géneros con la saña bíblica con que se ataca al reguetón. El difunto Juan Formell -cuyo buen gusto musical nadie en su sano juicio osaría cuestionar- alabó la originalidad de intérpretes como El Misha, y consagrados como Gilberto Santa Rosa o Marc Anthony se aliaron al género urbano, atraídos por sus potencialidades rítmicas. LOS ICONOS DEL “REGGAE GRANDE” El término reguetón, acuñado en 1988 por el productor panameño Michael Ellis, significa “reggae grande”. Su

Sweet Home Alabama (Lynyrd Skynyrd, 1974)

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Demasiados –e injustos- estigmas ha cargado la que sin duda alguna es la canción insignia del rock sureño, el mítico Sweet Home Alabama de Lynyrd Skynyrd, todo un alegato contra prejuicios y generalizaciones, amén de ser musicalmente un clásico desde el “one, two, three” con que abre. De entrada, el tema respondía a las canciones Southern Man y Alabama, del legendario Neil Young, cuyas letras dejaban la errónea impresión de que todos los sureños eran unos lerdos racistas, segregacionistas amantes del Ku Klux Klan y sus cruces ardientes, tan solo por su pasado esclavista. De ahí que, en sus versos, los Skynyrd le aclararan explícitamente a Neil que los sureños no lo necesitaban para conocer sus defectos. Es más, decían, al Norte se daban escándalos como Watergate y abajo no juzgaban a su gente por las miserias de políticos y gobernantes. A partir de esta estrofa se quiso construir una supuesta rivalidad entre el bardo canadiense y la banda oriunda de Jacksonville, pero ambos

Chorando se foi (Kaoma, 1989)

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Vista un cuarto de siglo después, uno se pregunta qué tanto escandalizaba la lambada, si cosas peores se cantan y bailan hoy en día… Aquel acople de pelvis que solo se rompía para mostrar muslos femeninos en indiscretos giros se nos antoja ahora sensualidad ingenua… ¡pero qué furor causó! La lambada sacudió cinturas por todo el mundo el verano de 1989, gracias a una banda de emigrados brasileños y caribeños radicados en Paris, que sin encomendarse a nadie tomaron una canción del grupo boliviano los Kjarkas y se hicieron famosos con el tema “Chorando se foi” (Llorando se fue). Kaoma, liderado por la vocalista carioca Loalwa Braz, incluyó el tema en su disco Worldbeat y el resultado fue apoteósico: cinco millones de copias vendidas, primer lugar en 11 países, es la canción brasileña más conocida de todos los tiempos, y además desató una verdadera fiebre. Aquel acordeón entre nostálgico y sentimental quedó inmortalizado por los de Kaoma, que más nunca lanzaron nada medianamente

Pedro Navaja (Rubén Blades, 1978)

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“Nada me hubiera gustado en este mundo como haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navaja...” Tal confesión no es de ningún aspirante a compositor, salsero de segunda o chupatintas con ínfulas: lo afirmó, sin sombra de ironías, nada menos que Gabriel García Márquez cuando el panameño Rubén Blades le telefoneó para decirle que quería musicalizar algún cuento del Nobel colombiano. Es que Pedro Navaja es un tema imprescindible dentro de ese monumental disco que es Siembra, exponente supremo de la salsa consciente, que habla de la fina línea que cotidianamente separa la vida de la muerte, y lo vulgar que puede llegar a ser en ciudad con 8 millones de historias, como es New York. Cuando salió el tema, los jerarcas de la empresa Fania pusieron el grito en el cielo, y el empresario Jerry Masucci lo calificó de una afrenta al bailador, tanto por su duración (7:21 minutos) como por su dura temática urbana: la gente quería evadirse, no “bailar” su cruda realidad.